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Marianela - antología.

Publié le 06/12/2021

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Marianela - antología.
Marianela, la novela más popular de Pérez Galdós, es un relato triste y emocionado sobre una niña huérfana e indefensa. Lazarillo de Pablo, un joven apuesto pero ciego, la
Nela huye en el momento en que éste recobra la vista para que no descubra su fealdad. En el tercer capítulo, Galdós nos describe a Marianela a través de los ojos del doctor
Teodoro Golfín, personaje con el que arranca esta novela.

Fragmento de Marianela.
De Benito Pérez Galdós.
Capítulo III
Un diálogo que servirá de exposición.
--Aguarda, hija, no vayas tan aprisa -dijo Golfín, deteniéndose-; déjame encender un cigarro.

Estaba tan serena la noche, que no necesitó emplear las precauciones que generalmente adoptan contra el viento los fumadores. Encendido el cigarro, acercó la cerilla
al rostro de la Nela, diciendo con bondad:
--A ver, enséña...

« Marianela - antología. Marianela , la novela más popular de Pérez Galdós, es un relato triste y emocionado sobre una niña huérfana e indefensa.

Lazarillo de Pablo, un joven apuesto pero ciego, la Nela huye en el momento en que éste recobra la vista para que no descubra su fealdad.

En el tercer capítulo, Galdós nos describe a Marianela a través de los ojos del doctorTeodoro Golfín, personaje con el que arranca esta novela. Fragmento de Marianela. De Benito Pérez Galdós. Capítulo III Un diálogo que servirá de exposición. —Aguarda, hija, no vayas tan aprisa –dijo Golfín, deteniéndose–; déjame encender un cigarro. Estaba tan serena la noche, que no necesitó emplear las precauciones que generalmente adoptan contra el viento los fumadores.

Encendido el cigarro, acercó la cerillaal rostro de la Nela, diciendo con bondad: —A ver, enséñame tu cara. Mirábale asombrada la muchacha, y sus negros ojuelos brillaron con un punto rojizo, como chispa, en el breve instante que duró la luz del fósforo.

Era como unaniña, pues su estatura debía contarse entre las más pequeñas, correspondiendo a su talle delgadísimo y a su busto mezquinamente constituido.

Era como unajovenzuela, pues sus ojos no tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de un organismo que ha entrado o debido entrar en el juicio.

A pesarde esta desconformidad, era admirablemente proporcionada, y su cabeza chica remataba con cierta gallardía el miserable cuerpecillo.

Alguien la definía mujer miradacon vidrio de disminución; alguno como una niña con ojos y expresión de adolescente.

No conociéndola, se dudaba si asombroso progreso o un deplorable atraso. —¿Qué edad tienes tú? –preguntóle Golfín, sacudiendo los dedos para arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle.—Dicen que tengo dieciséis años –replicó la Nela, examinando a su vez al doctor.—¡Dieciséis años! Atrasadilla estás, hija.

Tu cuerpo es de doce, a lo sumo.—¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno...

–manifestó ella en todo de lástima a sí misma.—¡Un fenómeno! –replicó Golfín, poniendo su mano sobre los cabellos de la chica–.

Podrá ser.

Vamos, guíame. Comenzó a andar la Nela, resueltamente, sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra detan noble compañía.

Iba descalza: sus pies ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos.Vestía una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavío, así como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia,cierta independencia más propia del salvaje que del mendigo.

Sus palabras, al contrario, sorprendieron a Golfín por lo recatadas y humildes, dando indicios de uncarácter formal y reflexivo.

Resonaba su voz con simpático acento de cortesía, que no podía ser hijo de la educación; sus miradas eran fugaces y momentáneas, comono fueran dirigidas al suelo o al cielo. —Dime –le preguntó Golfín–, ¿vives tú en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión?—Dicen que no tengo madre ni padre.—¡Pobrecita! Tú trabajarás en las minas...—No, señor.

Yo no sirvo para nada –replicó sin alzar del suelo los ojos.—Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro.

Éste era delgado, muy pecoso, todo salpicado de manchitas parduzcas.

Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta degracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza.

Su cabello, dorado obscuro, había perdido el hermoso color nativoa causa de la incuria y de su continua exposición al aire, al sol y al polvo.

Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; mas aquellasonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo.

La boca de la Nela, estéticamente hablando, eradesabrida, fea; pero quizás podía merecer elogios, aplicándole el verso de Polo de Medina: “Es tan linda su boca que no pide”.

En efecto; ni hablando, ni mirando, nisonriendo, revelaba aquella miserable el hábito degradante de la mendicidad. Golfín le acarició el rostro con su mano, tomándolo por la barba y abarcándolo casi todo entre sus gruesos dedos. Fuente: Pérez Galdós, Benito.

Marianela. Buenos Aires: Editorial Losada, 1972. Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993--2008 Microsoft Corporation.

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